lunes, 19 de septiembre de 2011

“Siempre estará la noche”,

“Siempre estará la noche”,
para discutir nuestros labios sobre la almohada,
para penetrarme en tu mirada,
para tomar el viento con mis manos
y untarlo en toda tu espalda;
y tu vestido cae
y se ilumina el mundo,
y crece en mi pecho
el tigre que te acecha,
“siempre de noche”,
a toda hora.

Como un pétalo esperando el amanecer,
como un mendigo esperando comida,
como un enfermo esperando su muerte,
como mis brazos esperando tu pecho;
muero de hambre,
de besarte,
de tenerte,
deteniendo el tiempo en nuestros arrebatos,
disparando un grito al nocturno silencio,
inundado los poros saturados.

Solo vivo desde el día en que te amo,
y lo demás es muerte,
penumbra,
oscuridad,
¿Acaso vivías antes de amarme?
antes de flamear tu cuerpo con mis manos,
antes de contar los segundos,
esparcidos en el susurro de la noche,
esperando el regreso de mis ojos,
colgados de la luna,
ornamentales en tu cuarto,
acostumbrados a tus sueños,
a unirse a tu mirada,
mordiendo,
desenvolviéndose
infinitamente,
en la espera.